Después de otra jornada de huelga
me invade la misma sensación de decepción por lo que vi y oí a lo largo del día
de ayer, quizás porque no habré vivido lo suficiente para perder el idealismo
de la verdadera democracia, de la defensa de los derechos y deberes de los
ciudadanos.
Nunca entenderé, y ojalá nunca
comprenda, la actitud de los llamados “piquetes informativos”, que con ese
nombre me recuerdan a picar y fastidiar, y el apellido de informativos les
queda muy grande siempre. Con esas maneras que utilizan quedan totalmente
desacreditados porque no puede permitirse que tengamos que ver imágenes de
furgones policiales incendiados, empresas con daños, neumáticos pinchados,
trabajadores coaccionados e incluso violentados,… Y no digo que esto lo hagan
los piquetes, pero tampoco lo impiden, si es que la respuesta es que son
algunos individuos que van por su cuenta. Discutible.
Y no querré entender ni aceptar
nunca la situación narrada ayer por una compañera periodista que seguía la
incidencia de la huelga a primera hora de la mañana. Dijo que en un determinado
lugar “… los trabajadores que acudieron a su puesto tuvieron que soportar los reproches
de sus compañeros en las puertas del centro de trabajo”. Patético. A esto lo
llaman algunos ejercer su derecho a hacer huelga, y ¿qué pasa con el derecho de
quien no quiere hacerla? Pues a esto no hay derecho, porque no quiero imaginar
las caras con que se han mirado esta mañana de vuelta a la supuesta normalidad
laboral, es muy triste.
Me di una vuelta por mi localidad
y vi pocas cosas que indicasen que había una huelga general, la vida transcurrió
con normalidad. Aunque me llamó la atención que alguna empresa permaneciese con
las puertas cerradas, lo cual podría indicar que se sumaban a la huelga, y sin
embargo sus trabajadores defendieron su jornada laboral de puertas adentro sin
alteración alguna. Bueno, actuaciones de cara a la galería.
Y lo que parece también una falta
de respeto a los derechos de los trabajadores es la imposición de hacer huelga
y quitar un día de sus vacaciones, sin permitirles decidir a los propios
interesados. La excusa de la crisis y el ahorro de costes… puede ser, aunque lo
mismo si cuantifican las pérdidas económicas de esa acción, las cuentas no les
salen.
Y todo esto se repite por lo
general en cada huelga convocada, sin influir demasiado el color político que
gobierne, porque al final los ciudadanos miran por sus propios intereses, cada
uno desde su punto de vista y su posición.
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