martes, 12 de mayo de 2009

Antonio Vega, D.E.P.


Esta es la historia de un “chico de ayer” que cantó a una chica y se embarcó en una “lucha de gigantes” atraído por juegos prohibidos en el “sitio de mi recreo”.



Con cincuenta y un años, casi con la guitarra en la mano, frágil, pero enfermo, muy enfermo, se nos fue uno de los músicos que marcó época, nuestra época, porque sus canciones nos han marcado a más de una, las hemos cantado, bailado, tarareado, soñado…




Escuche El sitio de mi recreo de Antonio Vega.

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La última vez que le vi fue en un marco impresionante, en el escenario del Teatro Romano de Mérida, en el mes de septiembre, en el centro junto a Nacho Campillo. Se grababa el disco en directo que acaba de sacar al mercado el grupo extremeño Tam Tam Go! y se acompañaron de amigos entre los que estaba él. Nos impresionó verlo, no tanto por su repercusión como por su imagen, deteriorada, débil, despistada, pero era él y llamaba la atención, sólo lo justo. Nacho se percató enseguida de que no era un buen momento y le atajó hábilmente para no pasar a mayores.

Antonio Vega junto a Tam Tam Go en el Teatro Romano de Mérida.-MR

Hoy nos ha dejado, aún joven y con tanto que ofrecernos, pero se equivocó de canción y tocó las cuerdas más peligrosas, coqueteó demasiado con el acantilado y esta mañana dio el salto definitivo.



Antonio Vega, músico, soñador, alza el vuelo, descansa en paz.

1 comentario:

Manolo dijo...

“Lucha de Gigantes
Convierte el aire en gas natural
Un duelo salvaje advierte
Lo cerca que ando de entrar
En un mundo descomunal
Siento mi fragilidad
Vaya pesadilla corriendo
Con una bestia detras
Dime que es mentira todo
Un sueño tonto y no más
Me da miedo la enormidad
Donde nadie oye mi voz
Deja de engañar
No quieras ocultar
Que has pasado sin tropezar
Monstruo de papel
No se contra quien voy
O es que acaso hay alguien más aquí”
Este es un extracto de una de las canciones que más me gustan de Nacha Pop. La voz de Antonio Vega desbordaba la baranda del balcón de mi piso de Oviedo, y la Plaza del Paraguas se llenaba de gozo por formar parte del espectáculo. Allí sí se oía su voz, y el eco de las notas de sus canciones se acompasaban con los culines de sidra que salpicaban la música.