lunes, 1 de diciembre de 2008

El tiempo de los demás


Iba a comenzar hablando de los cuarenta y cinco minutos perdidos hoy intentando hablar por teléfono, pero en realidad ha sido un tiempo invertido en solucionar un pequeño problema. A vueltas con la paciencia, aunque lo de hoy hay que mezclarlo con grandes dosis de desconcierto, con las prisas y con un tiempo que corría mientras que a nadie parecía importarle.

Nombres como Julieta, Valeria, Susana, Ruth y alguno más han pasado por mis oídos en los tres cuartos de hora en que he pretendido solucionar con mi compañía de telefonía móvil una pequeña disfunción que aprecié en la factura de los últimos meses, y por la que finalmente conseguí que se me reingrese la diferencia causada a mi favor por el error cometido desde la empresa.
De un departamento a otro y llamadas que se cortan por error, el caso es que he tenido que repetir la explicación de mi consulta en tantas ocasiones que llegó el punto de querer acabar con la historia de una vez antes de ponerme histérica, que no es plan. Me entraron ganas de decirles “ya que me advirtieron de que la conversación se podría grabar para asegurar un buen servicio, hagan el favor de buscar en la cinta la historia de mi consulta, tramítenla cuantas veces sea necesario y puesto que tienen mi número de móvil, devuélvanme la llamada cuando tengan la solución antes de que me aprenda de memoria el soniquete de su música de fondo o ese repetitivo –estamos tramitando su consulta, no se retire, por favor-,…”. Menos mal que finalmente obtuve fruto positivo porque me daban ganas de apagar el móvil y a otra cosa.

Y es que vengo observando y viviendo últimamente lo poco que le importa a la gente el tiempo de los demás y la excesiva facilidad con que se apropian y disponen de él a su antojo en el día a día. Y eso de manera preocupantemente repetitiva, porque hay mucha gente que se cree que a la voz de ya se va a cuadrar el mundo a su alrededor.

Ante estas cosas se mezcla el sentimiento de impotencia, en el que habría que ahondar porque conlleva circunstancias aparejadas atenuantes, y la indiferencia para intentar que afecte lo menos posible. Eso sí, habrá que poner los puntos sobre las íes de vez en cuando y siempre que sea posible, aún a riesgo de que interpreten como mal humor el gesto serio que provocan estas situaciones tan irrespetuosas como fuera de época.

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